A la pregunta de qué hacer, para ser honestos, no se le dio ninguna respuesta concluyente. Pero tampoco significa que aquellos periodistas-empresarios salieran de ahí sin nada: concluyeron que quieren hacer periodismo bueno –y esa es, al menos, una respuesta a qué quiero vender-. Concluyeron que no se puede apelar a una sola fuente de financiamiento ni a varias todo el tiempo, que nunca habrá una respuesta estática y que eso de meterse a ser periodista-empresario es una búsqueda permanente. Concluyeron también que quieren, cualquiera que sea la dirección, ir juntos.
Parece que se acabaron los tiempos en que los periodistas solo hablaban de periodismo al reunirse en simposios, coloquios, mesas redondas y foros sobre periodismo. Quizá se deba a que los terremotos que han movido la industria mediática convirtieron –por necesidad ética- a grandes periodistas en empresarios no tan grandes.
Eso quedó en evidencia el miércoles 15 de mayo, durante el encuentro central de la cuarta edición del Foro Centroamericano de Periodismo que organiza El Faro. Donde, a grandes rasgos, más de una treintena de periodistas de Latinoamérica, Estados Unidos y Europa se preguntaban unos a otros cómo mantener flotando los medios que dirigen; cómo sobrevivir en un mundo sin plata, donde las fuentes de financiamiento que antes resultaban obvias –como la publicidad- se descartan como ideas obsoletas.
Algunos de los medios que estaban representados en aquella mesa de debate son referencia internacional de periodismo de alta calidad y de vanguardia en lenguajes, profundidad y estilo, (El Malpensante y La Silla Vacía, de Colombia; Puercoespín, de Argentina; Etiqueta Negra, de Perú; Plaza Pública y El Faro, de Centroamérica…), pero también son vanguardia en descubrir que el camino hacia la sostenibilidad es, si no un muro vertical, una cuesta muy parecida.
La conversación fue dirigida por Rosental Calmon Alves, director del Centro Knight para el Periodismo en las Américas de la Universidad de Texas en Austin. Alves dejó apostilladas algunas verdades que ha descubierto producto de su mirador privilegiado y de su experiencia comparada: “Los periodistas ya no solo son periodistas”; y una sentencia, a modo de consejo, para estos medios pequeños y vanguardistas que, escuchada fuera de contexto, puede resultar poco alentadora en la búsqueda de la sostenibilidad: “Hay que pensar rápido, fallar rápido, regresar y volver a fallar”.
Alves consiguió establecer desde un principio la parábola que cruzaría todo el encuentro: venimos de un escenario más parecido al desierto, donde existen contadas criaturas con escasas fuentes de alimentos; para retratar los días de los pesados medios de comunicación tradicionales, con inmensas infraestructuras burocráticas y gran dependencia de los recursos también tradicionales, como la publicidad. Ahora, asegura, estamos más bien en un ecosistema mediático parecido a una selva, donde hay vida por todos lados, pero donde hay que ser más listo para existir.
Gumersindo Lafuente, gurú en el desarrollo de medios digitales e hijo de esos grandes medios tradicionales, como El País y El Mundo, de España, lo pone de forma que lo entienda cualquiera: hay que evolucionar. Muestra una lámina de unos dinosaurios y repite que se extinguieron. En seguida muestra otra de unas ardillas y hace ver que esos animalitos todavía andan por ahí. En síntesis: que los medios de vanguardia deben desembarazarse de las megaestructuras y aprender a pensar el periodismo de forma más ágil, despojándolo de lastres que lo anclan y lo vuelven pesado, difícil de sostener.
Como lo que le pasó a la rotativa que era el non plus ultra de las rotativas, como una montaña rusa techada, capaz de producir miles de ejemplares de cuatro periódicos a la vez y que ahora hace polvo y se ve funcionando unas cuantas horas diarias; o el megaedificio de The Miami Herald, lujoso como una catedral, que terminó convertido en casino por unos empresarios chinos.
Evolucionar. Eso implica diversificar las fuentes de financiamiento y apelar directamente a los lectores, sorteando a los intermediarios que habían llenado el espacio entre los consumidores de información y quienes la producen.
Por lo pronto, los nuevos ritmos han alterado incluso la vida de los reporteros de medios sin crisis aparente, como el consagrado The New Yorker y algunos de sus reporteros estrellas como Jon Lee Anderson, que antes podía reportear durante meses sin interrupciones y ahora tiene que escribir semanalmente para un blog. Jon Lee lo cuenta con un gesto en el que no se puede adivinar bien ni el placer ni el asco.
¿Y las respuestas?
A Gustavo Gorriti, un veterano periodista peruano y referencia de investigación, que insta a los periodistas de IDL-Reporteros -que él dirige- a aprender artes marciales y a adiestrarse en las técnicas para defenderse de atacantes con cuchillo, no le gustó que le dijeran que el futuro es ser una ardilla.
“Preferiría reencarnar en un animal más potente, no es que tenga nada contra las ardillas…” Gorriti ponía este punto sobre la mesa: “Tampoco quiero (para poder existir) reencarnar en otros animales con mayor capacidad de adaptación, como las cucarachas”. Si adaptarse implica dejar de hacer periodismo clásico, en su mejor sentido, pues habrá que resistirse a ese tipo de adaptación. “El periodismo bueno no puede quedar sobrepasado”, concluyó.